Habitualmente las sociedades contemporáneas valoran positivamente tanto a las personas como los resultados derivados de la acción creativa. Nos referimos a ellos como valiosos, innovadores, diferentes, originales, imaginativos, interesantes, novedosos, etc. Parece existir un consenso en torno a esta apreciación porque entendemos que todo lo creativo aporta un valor añadido a la sociedad. Nos lo explica Bárbara Sainza, profesora en todos los grados oficiales de U-tad de Animación, Diseño Digital, Videojuegos e Ingeniería.
Lo que no suele ser tan habitual es saber que el término creatividad tiene escasos setenta años. Lo acuña el psicólogo estadounidense Joy Paul Guilford en 1950 y refiere por primera vez un atributo humano, una cualidad activa del pensamiento que es además un sinónimo de pensamiento productivo. Lo que el modelo del intelecto de Guilford nos dice es que, del mismo modo que tenemos la capacidad de comprender la información, almacenarla en nuestra memoria y analizarla, todos los seres humanos poseemos la capacidad de ser creativos; es uno de nuestros rasgos.
Esta definición supuso un cambio de paradigma importante. Hasta entonces se atribuían calificativos como genio intuitivo (Kant), fuerza vital (Bergson) o fuerza cósmica (Whitehead) como maneras de entender el modo en que se comporta el pensamiento cuando tiene ideas nuevas. Esta forma de interpretar la creatividad infería una capacidad que pocas personas poseían, así como una explicación del proceso arraigado en especulaciones y/o procesos inexplicables.
Si como dice Guilford la creatividad es una cualidad activa del pensamiento, un atributo humano, esto quiere decir que no hay personas que no sean creativas: todas las personas lo somos, en diversos grados y desde diferentes circunstancias. Nace con esta interpretación el estudio del pensamiento creativo con una perspectiva universalista, sistemática y en consecuencia, desde el estatuto de lo científico.
A partir de entonces empiezan a proliferar estudiosos del tema y, por tanto, la diversidad en sus definiciones. La creatividad será definida como el proceso de realización cuyos resultados son desconocidos (Murray, 1959), como la capacidad de resolver problemas de manera original (Mc Kinnon, 1977), como la capacidad de utilizar la información y los conocimientos de forma nueva así como de encontrar soluciones divergentes (Monreal, 1997) entre otros. El pensamiento creativo o divergente es por tanto una forma de pensamiento que explora, que busca nuevas conexiones, que encuentra más de una solución, que mira desde muchas perspectivas.
Edward de Bono (1967) —que utiliza el término pensamiento lateral— subraya la definición de pensamiento creativo como un modo de pensamiento provocativo, que no sabe lo que busca hasta que lo encuentra, que se mueve para crear nuevas direcciones, que puede variar, que explora incluso aquello que parece desligado del tema, que no rechaza los cambios, etc.
La creatividad es asumir riesgos
Como se puede apreciar, la creatividad depende por tanto de una asunción de riesgos para trabajar con ideas de las que no estamos muy seguras; de flexibilidad para no trabajar con ideas preconcebidas y conocidas; de apertura y sensibilidad para detectar problemas que de otro modo no pueden ser percibidos; de una preferencia por la complejidad en lugar de por los procesos simples y conocidos; de tolerancia para persistir incluso cuando no sabemos si hallaremos una idea satisfactoria, etc.
Teniendo en cuenta las cualidades del pensamiento creativo, se puede deducir que no es contrario al pensamiento lógico-racional sino su complemento necesario. La habitual naturaleza lúdica y colectiva no le resta rigor a sus resultados; por el contrario, tener una idea nueva o resolver problemas de forma divergente, requiere de grandes dosis de resilencia, motivación, convicción, etc.
Y del mismo modo que podemos decir que la lógica operativa de nuestros cerebros depende —con matices—, de cualidades comunes a todas las personas, también podemos afirmar que de igual modo que en las escuelas basan parte del aprendizaje en el ejercicio del pensamiento lógico, la memoria y la cognición, el pensamiento creativo también puede ser ejercitado y, por tanto, ser parte de procesos formativos y profesionales.
Máquinas creativas
Si bien parece que la creatividad fuese un asunto eminentemente humano, la pregunta que desde hace años se formulan algunos investigadores como Margaret Boden es: ¿pueden las máquinas ser creativas? Nace la creatividad computacional, un subcampo de la inteligencia artificial que estudia el desarrollo de software que presenta un comportamiento que sería considerado creativo en seres humanos.
Hablamos de la relación que puede existir entre la creatividad y los ordenadores, no tanto desde el punto de vista de entender al ordenador como una herramienta sino, como dice Ramón López de Mántaras, “de verlo como una entidad creativa en sí misma”.
Más allá del don místico, de la metafísica y el misterio que acompañó durante siglos la comprensión del pensamiento creativo, la creatividad computacional va más allá del estudio científico de la mente humana al considerar la posibilidad de que máquinas, mediante algoritmos y procesamiento de la información, puedan ser dotadas de comportamiento creativo.
Si las ideas nuevas no nacen de la nada, sino como sugiere Boden, “de representaciones que ya existían, del germen de nuestra cultura, todos nuestros conocimientos y experiencias” podemos llegar a entender una idea creativa como “una combinación nueva y valiosa de ideas conocidas”.
El proyecto The Painting Fool (2001) es un software que ha sido desarrollado para leer periódicos y determinar el estado de ánimo al analizar los sentimientos contenidos en los mismos. De ese modo extrae las palabras clave con las que recupera imágenes en línea afines. La pintura o collage que realiza tiene la capacidad de ilustrar el contenido y el estado de ánimo del texto original haciendo una “pintura emocionalmente consciente” según explica su desarrollador Simon Colton.
Pensar que la creatividad puede ser apoyada, aumentada o incluso delegada a una máquina, plantea interrogantes fundamentales. Desde el rechazo a considerar a una IA pueda ser creativa por su falta de intencionalidad al rechazo por producir ideas que no proceden de un ser humano. Apuntar a las posibilidades de osmosis creativa entre los seres humanos y las máquinas o incluso el desarrollo de ideas nuevas desde la autonomía de estas últimas, es la última frontera hasta ahora; pero quizá no la definitiva desde la que pensar la creatividad.