Centro Universitario de Tecnología y Arte Digital

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David Navarro: “desembarcar en Twitter con la gente con la que he compartido estos años es muy excitante”

Hace varios meses el diseñador español David Navarro ofreció una master class online en U-tad sobre enfrentarse al mundo del diseño desde sus profundidades, sobre la importancia de inyectar emoción en el diseño, y sobre la evolución del diseño digital. Ahora hemos querido conversar con él sobre su visión de este sector, sobre cómo este ha impactado en su carrera profesional, y sobre la reciente noticia de que Ueno, empresa en la que trabajaba desde Nueva York, acaba de ser adquirida por Twitter. Nos ha contado muchas cosas que te servirán, tanto si tienes mucha experiencia en esta área, como si te estás iniciando en ella. ¡Contágiate de pasión y experiencia, de prueba y error!

En tus comienzos formativos, por vocación y formación, lo tuyo era el mundo del cine. ¿Cómo cambiaste de dirección hacia el diseño?

 

Me licencié en Comunicación Audiovisual en 1998 (sí, hace muchísimo tiempo, lo sé). Recuerdo aquel verano donde sí, tenía una flamante licenciatura y muchas ganas de comerme el mundo, pero estaba muy perdido porque para poder dedicarme a mi pasión, el cine, realmente hacía falta algo más que ganas. Una noche de agosto recibí una llamada de un compañero de la universidad que me comentó que él y un par más de compañeros estaban pensando en intentar un camino por el mundo de internet, que allá por entonces era un terreno muy técnico.

Mi experiencia hasta el momento con la tecnología y el diseño se había reducido a un par de tristes asignaturas optativas donde aprendí los básicos de Photoshop. Se me daba bien, la verdad, pero nunca me habría llamado a mí mismo diseñador. Sin embargo, el reto me sonó igual de atractivo que emprender una carrera en el cine, y esto lo aprendí al poco tiempo. No quería realmente dedicarme al cine, si no dar alimento a mi yo creativo.

 

Eres pionero en el diseño tal y como lo conocemos actualmente. En una entrevista hablabas del ‘diseño interactivo’ de finales de los 90 en el que te implicaste creando el estudio Pixelinglife. ¿Cómo nació este estudio y cuál era su objetivo en un panorama poco digital y tecnológico como el de aquel momento?

 

Pixelinglife nació de esa reunión de recién licenciados en un bar de Valencia. El “nuevo mundo” de internet era territorio muy marcado por empresas informáticas que ofrecían servicios básicos a empresas. Nos pareció una buena idea poder traer esa energía e imprudencia del joven mezclada con el más profundo desconocimiento del mundo de la empresa y el diseño. En octubre de 1998 nació Observer (que luego cambiaría de nombre a Pixelinglife).

Cuando echo la vista atrás y pienso lo que hicimos en los 11 años que duró la aventura. Fue un proceso de madurez personal y a la vez de una industria que poco a poco se iba llenando de gente de menos perfil técnico y más creativo. Se iba definiendo a base de errores un lenguaje visual e interactivo. Internet no atrajo a la vieja escuela del diseño formada con ideas sobre composición, color y tipografía que hoy parecen tan normales y asumidas. Internet atrajo a una banda de ignorantes irresponsables que definimos un nuevo mundo de comunicación interactiva a base de jugar sin temor a meter la pata.

¿Fueron tiempos mejores? No para nada, pero ese espíritu de rebeldía se ha atenuado un poco hoy. Y creo que a veces deberíamos guiarnos un poco más por ese instinto.

¿Cómo has ido creando tu propia versión como diseñador con el paso del tiempo, desde tus inicios hasta actualmente?

 

Si analizo mi evolución como diseñador, hay ciertas cosas que no han cambiado, y ciertas cosas que, por exposición a muchos factores (cultura, tecnología, talento que te rodea, problemas a los que te enfrentas, etc.) son muy variables.

Lo que no ha cambiado es la base, el cómo afrontas las cosas. En mi caso, como cineasta frustrado, siempre he guiado mis pasos creativos con una base de narrativa audiovisual. Todo tiene que estar justificado en base a una historia. Las cosas no pasan porque sí. Las decisiones de diseño tienen que ‘hacer avanzar la historia’, o no sirven. Las decisiones de diseño deben provocar emociones porque, si no, pasan al olvido. Lo que ha cambiado es el fruto de evolucionar a base de adquirir experiencia solucionando problemas, pero también como fruto del contexto.

Por un lado, el contexto tecnológico con la locura de mis inicios, y Flash, que permitió a los creativos visuales como yo poder expresar de un modo sencillo y tremendamente interactivo e impactante los códigos narrativos que entonces se necesitaban. Para pasar a una normalización a principios de la segunda década de este siglo donde se empezaron a asentar unas bases serias que definen el diseño de hoy en día.

Por otro lado, el contexto cultural, donde la tecnología está presente de un modo vital en la sociedad, donde ya no se habla de una dicotomía online-offline porque todo está conectado. Cómo eso afecta a las personas y a su manera de interactuar con el mundo. Ser testigo de esa evolución desde el comienzo es muy enriquecedor y, desde luego, ha influido y enriquecido mi persona como diseñador.

Por último, el contexto físico. Mi vida tiene dos etapas muy marcadas: mis inicios en Valencia, con una realidad marcada por la naturaleza del sector en España, y luego la aventura internacional que empecé hace diez años con bastante más impacto, coincidiendo con una explosión del digital. Quizá se perdió la frescura de los tiempos de Flash, pero la industria maduró definitivamente. Es muy importante ese factor suerte de estar en el sitio adecuado en el momento adecuado, pero el contexto físico es muy importante.

¿Y cómo ha evolucionado el diseño desde entonces hasta ahora?

 

Como comentaba, hay dos momentos clave: el inicio con Flash y la experimentación loca, y la realidad actual con una industria muy asentada y sólida. Es curioso pensar en los inicios de Flash donde todo era una gran incógnita al no haber código visual alguno, con inspiración viniendo de gente como Yugo Nakamura, que combinaba visual con código. Y es el tipo de diseñador que se creó entonces. Era un híbrido entre diseñador gráfico y programador que encontró en Flash una herramienta de muy fácil acceso con una curva de aprendizaje relativamente suave.

A mediados de la primera década, el mundo de la publicidad se percató de que el medio internet empezaba a ser una “amenaza” al modelo clásico, y comenzaron a hacer virar gran parte de las inversiones a un medio más asequible. Es entonces cuando surgen los grandes estudios digitales como North Kingdom o BReel, llevando al límite las piezas interactivas más cercanas al mundo del cine que al del diseño (imaginaos lo que eso supone para una persona como yo que quería haber sido cineasta).

Pero con la llegada de los dispositivos móviles y la “muerte” de Flash, comenzó la etapa de consolidación. En ella se establece un lenguaje más normalizado, donde se tiene que limitar la locura creativa de los años anteriores para poder hacer de internet un lugar más accesible. Un momento en el que la escuela más clásica de diseño gráfico ayuda a definir con sus reglas el diseño digital que conocemos hoy. Yo creo que en ese equilibrio de creatividad más loca y funcionalidad estricta reside mucha magia. Donde viven las cosas que funcionan pero a la vez emocionan.

Hoy la tecnología sigue madurando, y este fluir de función y emoción es cada vez más palpable. Desde los eventos virtuales que cada vez se ven más porque el mundo que vive en pandemia global necesita experiencias, pasando por la realidad virtual y aumentada, a las aplicaciones que usamos cada día para comunicarnos o realizar tareas. Todo necesita diseño, y cada vez es más interesante ver cómo más perfiles distintos hacen que todo mejore y evolucione.

 

Has sido un profesional muy autodidacta, ¿qué aprendizajes sacas de ello?

 

El hecho de no tener una formación reglada en diseño y digamos “aprender sobre la marcha” te hace vivir en un perpetuo estado de alerta y curiosidad. Siempre hay algo que aprender, no puedes bajar la guardia, porque cada día sale algo nuevo.

Mi aprendizaje ha sido intentar no vivir con esa presión. No tengo que convertirme en un especialista que tiene que saber hasta el último detalle de cualquier nueva tecnología que sale en las noticias. Tampoco hay que tener una visión generalista donde debo de saber un poco de todo pero no soy maestro de nada.

Mi manera de ver las cosas siempre ha sido lo que yo defino como ‘el híbrido’. Un híbrido es un generalista que puede ir a lo ancho y conocer un gran rango de disciplinas. Es ahí donde vive la curiosidad, el poder abarcar muchas cosas para poder conectar los puntos y enriquecer la otra parte del híbrido, que es la parte del especialista. Un híbrido siempre tiene lugares donde puede ir, no sólo a lo ancho, sino también en profundidad.

Siempre me he sentido más cómodo con el storytelling y las cosas en movimiento, y es ahí donde podría decir que me he especializado. Sin embargo, como híbrido he querido ampliar mi rango y necesito saber sobre programación, sistemas, estrategia, research… porque sé que tengo que colaborar con gente con esos perfiles y tengo que poder aportarles. No sólo eso, sino que necesito saber sobre otras disciplinas como música, cultura, arquitectura, psicología, y un largo etcétera.

El rango de conocimiento es lo que te hace mejor profesional. Siempre debes tener tu zona de confort y especialización, pero no temer expandir esa zona de confort yendo a terrenos que te hacen sentir muy incómodo.

 

¿Cómo te enfrentas a la pantalla en blanco?

 

Antes de enfrentarte a una pantalla en blanco tienes que entender el contexto de esa pantalla en blanco. Nadie se sienta y dice: “venga, vamos a crear”. Siempre, incluso un artista, tiene que definir un contexto, un marco en el que poner unos límites para, una vez entendidos, poder improvisar para hacerlo más único o interesante.

Siempre me gusta pensar en la pantalla en blanco como una analogía con el jazz. En el jazz tienes las normas de la música, a las que sabes que siempre puedes agarrarte. Es tu salvoconducto, como en la pantalla en blanco es tu experiencia, la estrategia, los sistemas y patrones de diseño. Pero, una vez entendidas esas reglas, como en el jazz, puedes encontrar tu momento para innovar e improvisar con un solo mágico mientras todo fluye en armonía.

¿Cuáles son los pasos más importantes que sigues en tu proceso creativo?

 

Mi proceso creativo es muy instintivo. Creo que es un ‘instinto informado’. Son muchos años cometiendo errores y aprendiendo de ellos. Si tengo que generalizar ese proceso podría definirse en esta secuencia: 1. Entender el problema a solucionar. 2. Marcar los objetivos con claridad 3. Investigar para encontrar caminos (estrategia) 4. Idear soluciones 5. Diseñar 6. Evaluar 7. Corregir. Y muchas veces repetir los pasos 4 a 7.

Pero, de verdad, el paso más importante del proceso es divertirse. La vida es demasiado corta como para pasarla sufriendo 🙂

 

Valencia, Ámsterdam y Nueva York son algunos de tus puntos sobre el mapa recorridos profesionalmente. ¿Con qué oportunidad surgida en cada una de estas experiencias te quedarías?

 

Antes hablaba de la importancia del contexto. En cada uno de los tres sitios donde he estado he disfrutado de las particularidades de los lugares. En Valencia me formé como emprendedor, aprendiendo a definirme como profesional, a la vez que entendía que las condiciones de la ciudad marcan mucho el camino que puedes recorrer. Puede haber limitaciones presupuestarias, pero eso no debe limitar las ganas y las ideas que debes tener.

En Ámsterdam pude disfrutar de unas condiciones más generosas en términos de presupuestos y marcas para las que trabajé que eran marcas con más presencia y donde la responsabilidad era mayor. Marcas como Adidas, Heineken, Philips o Puma que presentan retos en los que tienes que aprender a desenvolverte a otro ritmo. Con ellas aprendí también a sentirme incómodo en mundos similares al diseño pero diferentes, como la publicidad en el que aprendí mucho sobre estrategia y negocio.

En Nueva York, bueno… ¿qué voy a decir de una ciudad como esta? Llevo ya cinco años viviendo la intensidad de este mercado. Lo mágico de Nueva York es la cantidad de cultura y exposición a multitud de referentes. Es una cosa que te marca, nutrirte de diferentes puntos de vista, de diferentes problemas, de muy distintas energías. Eso se traslada al mundo del diseño, donde he tenido la suerte de poder trabajar para grandes empresas que desarrollan productos que usan millones de personas como Facebook, Google o Twitter.

 

Ueno, empresa en la que trabajas desde Nueva York, acaba de ser adquirida por Twitter y todo el equipo pasa a formar parte de Twitter Design. ¿Puedes hablarnos de lo que ha significado para ti este proyecto y de lo que te ha aportado ¿Qué supone ahora esta adquisición?

 

He estado en Ueno tres años y medio. Me uní con la sensación de que volvía un poco a mis orígenes, a un lugar más pequeño, emprendedor y sediento de hacer cosas. Un lugar donde podía hacer bien el trabajo de un híbrido, desde marca pasando por experiencial y acabando en producto. Y eso consideré que me completaba. Había hecho producto digital, pero nunca al nivel que he podido hacerlo en Ueno, desde Reuters News hasta el rediseño de GolfTV en múltiples plataformas, pasando por nuevas experiencias de producto para Facebook o Google. Y, a la vez, construyendo ese puente entre marca y producto para numerosas startups de muchos sectores, desde la movilidad hasta la salud. Y, además, en un entorno donde he aprendido mucho rodeado de gente muy diversa y talentosa. Ha sido una experiencia de enorme valor que me ha enriquecido como persona y como profesional.

Ahora comienza una nueva etapa, y se me parte un poco el alma al ver que Ueno deja de existir para convertirse en parte de Twitter Design. Sin embargo, no se me ocurre una manera más óptima de hacer esa transición al mundo in house, una cosa que ya había valorado tras toda una vida en el lado agencia/estudio.

Desembarcar en Twitter con la gente con la que he compartido estos años, y hacerlo en una empresa con tanto impacto, es muy excitante. Vamos a poder canalizar toda esa energía dispersa con los diferentes clientes de Ueno en una sola misión con un cliente con el que ya estábamos trabajando en el último año y con el que teníamos mucha afinidad. Hacerlo mejorando un producto que usan millones de personas en todo el mundo es un sueño. Sin duda va a ser un reto, pero sentirme incómodo es parte de mi ADN, y estoy seguro de que va a ser muy estimulante.

 

¿Qué recomendaciones darías a quienes pronto saldrán como diseñadores al mercado laboral?

 

Para mí el mejor consejo que podría darle a una persona que empieza es que no dejen de escuchar a su ‘yo curioso’. Uno no deja de aprender jamás, ni puede acomodarse. La tecnología avanza muy rápido y no puedes abarcarlo todo, y eso está bien. Pero con un espíritu de curiosidad siempre puedes adaptarte con mayor rapidez al cambio.

Aprender a tolerar el error. El error es parte del proceso de aprender. Yo he metido la pata en numerosas ocasiones, y sigo haciéndolo. La clave es aprender de esos errores o incluso convertir esos errores en aciertos. Me gusta mucho una cita de Miles Davis que dice así: “si tocas una nota equivocada, es la siguiente nota que tocas la que determina si es buena o mala”. Es todo una cuestión de percepción.

Sobre esa percepción: escucha tu instinto y déjate guiar por él. Muchas veces perdemos mucha energía escuchando otras voces interiores que nos dicen que no somos buenos, que no nos merecemos las cosas. Es el famoso síndrome del impostor. Es normal sentirlo, pero son sólo voces en tu cabeza que nada tienen que ver con la realidad.

Mi consejo maestro es uno de los principios que teníamos en Ueno: “Life is short, enjoy it”.

 

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