Se ha convertido en un punto más sobre nuestro mapa. Un puente obligado que cruzamos cada día, sin excepción. Es nuestra guía de consulta, nuestra brújula para encontrarnos, nuestro mejor diccionario, nuestra comunicación instantánea de una punta a otra del mundo. Y nuestro teléfono gratuito y a veces escacharrado. Es nuestra agenda y mejor organizador de la semana, nuestro mensajero personal, nuestro cine improvisado, nuestra carta de presentación y nuestro muro de fotos, recuerdos y sonidos que queremos guardar en la mochila virtual.
Internet es nuestra mejor aliada para vivir en el mundo de hoy. Hay quienes aún se afanan por pasar desapercibidos en ella, que viven con el reto constante de no dejar rastro en la Red, y quienes no dudan en mostrar al mundo cada pequeño paso, quienes intentan desintoxicarse del mundo moderno y conectado, y quienes ni pueden ni quieren pensar en una realidad sin Google, email, Instagram, WhatsApp, Facebook o Linkedin.
Algunos la adoran. Otros la odian. Es capaz de darte el triunfo en cuestión de segundos y de hundirte en la miseria minutos después. A pesar de ello, hay algo que es seguro: solo la resistencia, los más nostálgicos, volverían y se quedarían 30 años atrás, en una España llena de bares con máquinas arcade y cabinas telefónicas en las esquinas. Otros muchos también lo harían, aunque convencidos de poder encontrar después unos cuantos mensajes en el bolsillo.
La conexión a toda velocidad ha matado las cartas de amor en papel para favorecer ‘te quieros’ instantáneos y adornados de canciones. Ha retransmitido partos en directo, manifestaciones, primaveras de juventudes exigiendo cambio, y ha provocado la caída de varios dictadores en la última década. Ha diluido fronteras. Ha configurado una nueva realidad en muchos países, ha sido el altavoz de gritos unánimes pidiendo igualdad, justicia y dignidad. Ha hecho posible estudiar y trabajar a kilómetros de distancia.
Ha permitido a personas sentir terremotos dentro de su cuerpo, aunque ocurrieran al otro lado del mundo, gracias a un pequeño chip. Ha hecho posible encontrar a amigos que se creían perdidos en una infancia de Benidorm o en un primer verano de independencia adolescente en Jordania. La Red se ha convertido en parte de nuestro ADN, o al menos del de aquellos que nacieron a partir de la década de los 80 y que hoy asumen el universo virtual como propio.
Por eso, y porque sin ella no podríamos hablar contigo ni transmitirte las más bonitas noticias de nuestra cantera, hoy nos sumamos a la felicitación de su día:
¡Feliz Día Mundial de Internet!